III ÉPOCA. ERASMUS+ IPEP de Jaén: Vivir en una prisión.

Fue una tarde diferente.

 

'María' lloraba silenciosa. La podía escuchar sollozando entre las palmas, el canto y la tristeza que allí reinaba. Las piernas llevaban varias horas suplicando que me sentara. José, grande entre los grandes, ya se había percatado del problema. Atisbó una silla vacía justo en medio del auditorio, en el que habría unas, calculo, 150 mujeres presas en aquella cárcel de Matosinhos. 



 

Manuel observaba desde el final de la sala aquellas sombras que centraban toda la atención de los presentes, dos sombras que sobrecogerían cualquier alma viva. Cantaba un tristísimo fado una interna de unos 30 años, alegre, resuelta, con una voz como la de un fogonazo de un cañón de artillería tembloroso. Junto a ella, un famoso guitarrista portugués, que me recordaba a nuestro Joaquín Sabina ya mayor, acompañaba aquellas palabras con su lamento. Fado y lamento. 

 

La cárcel de mujeres que habíamos ido a visitar con motivo de nuestra movilidad Erasmus+, por momentos no se asemejaba en nada a la idea que uno tiene de un prisión, pues su diseño, limpieza y trazado se asemejaba más bien a un moderno hospital o a una sala de congresos; ambos son igual de despersonalizados. Pero, salvo los muros de mohoso verde oscuro, húmedos por la lluvia de tantos días acumulada y rematados por concertinas que pudieran haber sido traídas del frente del Somme, aquel lugar no parecía ser un centro de reclusión de mujeres, o al menos, nada tenía que ver con la cárcel de hombres que dos días antes habíamos visitado en Matosinhos, donde habíamos ido para observar cómo se lleva a cabo la enseñanza de adultos en dicha prisión. Ese recinto era viejo, desgarrado, duro y dolorido por el paso de los años.





Las sombras se proyectaban sobre el fondo del escenario, imponente como las dos verdaderas figuras prominentes del lugar que eran. Era inevitable no mirarlas, imposible. La interna que lloraba, que tendría unos 35 o 40 años, acompasaba los quejidos de su alma con los cantos de las presas. El fado narraba una historia de una familia perdida, de una madre lejana, de la felicidad desvanecida. La guitarra reforzaba el dolor causado. Nota a nota, latido a latido.

 

En un extremo de la sala oscurecida, una reclusa muy joven, no más de 23 o 24 años, daba de comer a su hijo, de pocos llantos de vida, muy pocos. Otras acompañaban a las demás artistas, cantando, bailando y casi gritando algo que podría ser  un ‘¡guapa!’ o ¡bravo! y, aunque no alcanzaba a entender las palabras exactas, si pude comprender su sentido.

 

Foto de @mmolpor



Las sombras seguían allí presentes, presidiendo el acto. Era viernes. La prisión rezumaba cantos por los cuatro muros. Las guardias velaban con cierto nerviosismo por el buen desarrollo de aquella actuación, que se alargó hasta las cinco o cinco y media de la tarde. Poesías, narraciones y otros cantos continuaron su desfile durante dos intensas horas, todas ellas interpretadas por presas de diferentes edades. 

 

El día anterior, un jueves de lluvia desatada, mi compañero Manuel y yo había realizado nuestra primera visita a aquella prisión. El trato dispensado por los anfitriones nunca podrá ser olvidado pues, desde que atravesáramos el arco de seguridad y los guardias revisaran hasta el último palmo de nuestros cuerpos y objetos, nos sentimos miembros de una gran familia, la de Pilar, la de Juan Manuel, la de José Marques, Isabel, Marcela y otros tantos que han dedicado y siguen dedicando tanto tiempo, tantos esfuerzos, a ofrecer una nueva salida a mujeres y hombres que un día malhadado se perdieron en la vida y que ahora contemplan la lluvia, el renacer de las flores, su agosto y el caer de la nieve desde un banco de hormigón grisáceo, frío. Todo ello coronado por unas gruesas y oxidadas rejas negras. 


La experiencia de presentar nuestro proyecto Erasmus+ sobre cómo mejorar la docencia en las prisiones a un grupo de reclusas, y de otro país, nunca se podrá olvidar. Fue todo de sopetón, pues no estaba previsto. Nos pusimos manos a la obra y durante una hora, estuvimos hablando sobre Jaén, nuestra tierra, nuestra cultura. Se notaban nuestras ganas de hablar con ellas, aprender de ellas, oírlas, escucharlas, para saber qué hay que ofrecer en las clases. 



Internas de la prisión portuguesa de la Santa Cruz. 


 

Pudimos entrar, como establecía el programa de visita diseñado con tanto tiempo y denuedo, a varias clases, tanto en la horrible prisión de hombres como en la más humana de mujeres. No recuerdo ni una sola cara triste, ni una, entre las profesoras, porque todas ellas eran mujeres, en su mayoría, con una larguísima vida de entrega a este tipo de alumnos. Hablamos con muchas de ellas y en todas se dejaba ver la increíble admiración que sentían por sus profesoras. Una de las internas nos hizo un obsequio sorpresa, un ejemplar de la revista que ellas editan en la prisión.



Foto de @mmolpor


Nos acompañaba Isabel, de ojos azules enormes, pura energía, con 64 años y más de 40 años de carrera profesional a sus espaldas. 

Nos comentaba Isabel cómo descubrió este trabajo que tantas y tantas recompensas produce hacía muchos años y cómo se dijo a sí misma que nunca lo dejaría. Sus alumnos, muy mayores, aunque puede que las duras circunstancias que la cárcel imprime en el alma los haya encanecido adelantándose al tiempo, nos decían con alegría y un leve atisbo de lágrimas, que el momento más duro del día llegaba cuando sus clases con su profesora Isabel y sus maravillosa compañeras terminaban. Irremediablemente, debían volver a la soledad de sus celdas. 

 

Aquellas sombras siguen presentes en mi memoria. Algún día no lejano se perderán entre los recuerdos olvidados, uno más, pero esa vivencia vivida en aquella prisión, aquella tarde de noviembre, acompañado de la dureza de la vida, espero que siempre esté recordándome lo afortunado que somos los que, gracias a la educación que recibimos, hemos evitado la desdicha de dormir en una celda solitaria.

 

¿Quién dice que no hay que invertir más recursos en ofrecer la mejor educación posible a los reclusos? 

Manuel Molina.

Comentarios

  1. Cómo emociona el relato de una realidad vivida en primera persona. Manolo, tu aportación a tantas personas se refleja en cada escrito, en cada comentario o en cada mirada que nos regalas. Eres un ejemplo de vida. Seguro que esas mujeres apreciarian tu cercanía y tu buen hacer. Enhorabuena por el camino que estás abriendo con el programa Erasmus+

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    1. Muchísimas gracias, querida Susana. Lo que más me alegra de todo es que haya mujeres como tú que recojan el testigo. Tienes un gran futuro Erasmus+ por delante. Muak.

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  2. “Pocos llantos de vida”
    Hoy tu entrada me recuerda a un lento y acompasado fado.

    Hmmm, tiene que ser difícil. Sin embargo, nos cuentas que no encontrasteis ninguna cara triste, ni siquiera la de las maestras.
    Gracias

    Maite García Dls Rys

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  3. En tu relato se percibe la melancolía, la nostalgia y pequeñas historias del vivir diario de gente humilde que en algún momento se perdió. Y eso, justamente, son los temas principales que se cantan en el fado. Aunque tu siempre nos haces ver que hay esperanza, con ese entusiasmo que te caracteriza.
    Como bien dices, la educación es la salida para muchos que en algún momento de sus vidas se perdieron, pero también es la no entrada, para los que tenemos la fortuna de recibirla.
    Gracias Manuel por su gran labor, siempre ayudando a los demás tan desinteresadamente. Ya no queda gente como usted en este mundo.
    Ojalá y dure 200 años más.
    Un fuerte abrazo.
    Su alumno Manuel Tribaldos.

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  4. En tu relato se percibe la melancolía, la nostalgia y pequeñas historias del vivir diario de gente humilde que en algún momento se perdió. Y eso, justamente, son los temas principales que se cantan en el fado. Aunque tu siempre nos haces ver que hay esperanza, con ese entusiasmo que te caracteriza.
    Como bien dices, la educación es la salida para muchos que en algún momento de sus vidas se perdieron, pero también es la no entrada, para los que tenemos la fortuna de recibirla.
    Gracias Manuel por su gran labor, siempre ayudando a los demás tan desinteresadamente. Ya no queda gente como usted en este mundo.
    Ojalá y dure 200 años más.
    Un fuerte abrazo.
    Su alumno Manuel Tribaldos.

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  5. ¿Qué sería de este mundo sin personas comprometidas y con vuestra humanidad? Esto es lo maravilloso de la vida, saber que entre tanto caos, individualismo, egoísmo, hay personas que entregan parte de su vida para intentar mejorar en lo posible la de los demás.
    Creo que todos podemos andar en la cuerda floja en algún momento de nuestras vidas, la línea es realmente delgada. Todos somos susceptibles, aunque algunos, desde luego, llevan más papeletas. Hay que tener suerte al nacer, pues nadie elige el lugar ni a su familia, y aún en nuestra sociedad crecen niños que prácticamente no alcanzan la posibilidad de una buena educación ni de salir de ciertos núcleos.
    Gracias Manuel, por compartir esta experiencia y por ser una de esas personas que el mundo necesita.

    Tu alumna Laura Angulo.

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