Síndrome del neurótico docente telemático. Para PENSAR. 2º ESO PMAR. #inspiringtimes #confinementtimes

DÍA 5 DE CONFINAMIENTO, 18 DE MARZO DE 2020.

Buenos días, a quien quiera que sea que esté muy aburrido leyendo este blog. Pero especialmente, buenos días, queridos alumnos de 2º ESO PMAR, Adil, Adil, Mario, Dani, Mohamed y Elena.

La lectura de hoy la he tomado, de nuevo, de la prensa del día. Ni se os ocurra abrir el libro de texto, I beg you. No sé, algo me dice que seréis ciudadanos de provecho, íntegros, honestos, creativos, entregados, solidarios y responsables y os ganaréis bien la vida sin estudiarse los sintagmas, ya sean nominales, adjetivales, preposicionales y otras zarandajas. Puede que esté de nuevo equivocado, no obstante. 

Ayer noche, con mis alumnos virtuales alrededor del ordenador escuchando atentamente la lectura del Quijote -están sobresaturados de Netflix, Amazón, y no sé qué más- hacía unas pequeñas reflexiones sobre el recientemente inaugurado 'síndrome del neurótico docente telemático' que mucho me temo va a hacer más daño que el puñetero bicho este a la convivencia familiar.

No sé, puede que esté equivocado de nuevo, queridos alumnos.

Antes de seguir, y para ambientar el resto de la historia, os propongo que escuchéis esta canción de un maravilloso señor ahora un poco malquerido en su tierra natal pero admirado en el resto de esta España nuestra. Se llama este señor Serrat, con ese dato tenéis de sobra para investigar quién es y por qué es admirable. Como su colega Loquillo.

Tuvo la malsana idea de escribir una canción cuyo nombre es como cuando yo me dirijo a vosotros con el apelativo-eufemismo de 'mis cenutrillos salvajes', pero él fue más creativo: esos 'locos bajitos'. Escuchad la canción, reíros, cantadla vosotros con vuestras familias, y disfrutad. 




Adil, te dejo la letra aquí para que te resulte más fácil entenderla.
Letras


A menudo los hijos se nos parecen
Así nos dan la primera satisfacción
Esos que se menean con nuestros gestos
Echando mano a cuanto hay a su alrededor
Esos locos bajitos que se incorporan 
Con los ojos abiertos de par en par
Sin respeto al horario ni a las costumbres 
Y a los que, por su bien, hay que domesticar

Niño, deja ya de joder con la pelota
Niño, que eso no se dice
Que eso no se hace
Que eso no se toca

Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma
Nuestros rencores y nuestro porvenir
Por eso nos parece que son de goma 
Y que les bastan nuestros cuentos para dormir
Nos empeñamos en dirigir sus vidas 
Sin saber el oficio y sin vocación
Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones 
Con la leche templada y en cada canción
Niño, deja ya de joder con la pelota
Nada ni nadie puede impedir que sufran
Que las agujas avancen en el reloj
Que decidan por ellos, que se equivoquen
Que crezcan y que un día nos digan adiós
Fuente: LyricFind

Autores de la canción: Juan Manuel Serrat


Así que, venga, os recomiendo si queréis y podéis, que leáis este artículo que ha sido publicado hoy en el periódico EL PAÍS, y que abunda un poco en las consideraciones de anoche. Os dejo el enlace, el texto completo del artículo y un par de fotos de mis aburridos muñecos, esperando el cuento de hoy a las 19:00. Hoy toca...
Adil, si quieres y tal como has sugerido, léelo en voz alta, grábate en un audio y el envíame el archivo para que te pueda ayudar. Prometo leerlo yo también y enviarte el audio, tal y como me has pedido.






NO HAGAÍS (tantos) DEBERES, OS LO RUEGO.

Luego, si queréis, podemos debatir un poco, con vuestros móviles, o con el correo, aprovechando que ahora sí son legales. Pero, ¿acaso no deberíamos prohibirlos también durante estas horas de teledeberes, no sé, por aquello de darle más credibilidad a la situación y así fastidiar más a los padres y madres, abuelos -¿he dicho abuelos?- y al perro?

¿Recordáis el maravilloso debate del viernes día último del final de la cuenta atrás previo al confinamiento? 

Hablábamos de que ahora es el momento de la RESPONSABILIDAD, de ayudar en casa, y ello pasa por no hacer de los padres y madres nuestros nuevos profesores. ¡Dios mío! Si yo tuviera un mochuelín en casa cuyo progreso en mates o física o dibujo o gimnasia dependiera de mi ayuda, sin duda estaría condenado al ostracismo. Con los estándares y cánones de hoy en día, probablemente los condenarían a algún curso de Formación Profesional Básica como si eso fuese uno de los infiernos de Dante, y hasta con desprecio. Insensatos, a lo mejor llegan algún día a Presidente de Gobierno de algún país moderno. 

Anda, señores profes, rebusquemos en nuestras estanterías, saquemos libros, juegos, del año la porra, leamos y juguemos con nuestros familiares, o dejémoslos en paz mientras que trabajan, si tienen la FORTUNA de no haber sido despedidos ya, sigamos contando el número de tablillas del falso parqué de finales de los años 90, o los baldosines del baño, pero por favor, dejemos de fastidiar a las familias.

The sooner, the better.











La pequeña, en un momento de paz.
La pequeña, en un momento de paz.C. J.

Todo empeora antes de mejorar, dicen, aunque no he conseguido rastrear el origen de este dicho más allá de un tuit de Risto Mejide. Pero si es verdad, voy por el buen camino, porque en este segundo día de teletrabajo con niños teleestudiando, las cosas no han dejado de empeorar. Si el primer día me estrené con cierta desorganización y agobio por tener que atender dos frentes, el laboral y el familiar a la vez, un día después, y en teoría algo más sabia por aquello de tener una jornada más de experiencia, he acabado gritando toda una declaración de intenciones en estos días de confinamiento: “¡Es que yo no soy tu profe, yo trabajo en otra cosa!”. Aderezada con sus correspondientes palabras malsonantes, que no reproduciré porque ya las gasté todas en mi horario infantil non-stop.
Al contrario que el primer día, decidí implantar un horario pseudoescolar para mi prole. A las 9.57, están listos, cada uno con su tablet, para el telecolegio. Esto promete. Dos horas al menos de niños concentrados y trabajando solos. Tres minutos después, la realidad me da la primera colleja. “Mamá, no sé conectarme”. La pequeña, de 8 años, no consigue acceder a la videoconferencia por Meet —herramienta que he conocido gracias a este confinamiento— con la profe de Lengua. En el chat de los Hippos, compruebo que somos el team-torpe, porque el resto, salvo uno, están dentro. Esto me toca el ego.
Trasteo. Le digo a la niña que pruebe cosas. Pongo una vela a la Virgen. Vuelvo a trastear. Pregunto en el chat. Rezo una novena. Apago y enciendo. Llamamos a la mediana, de 10, que se ha conectado sin problema. Veinte minutos después, con un artículo sobre el coronavirus a medio editar y ya bastante nerviosa, se me ocurre: “¿Y si te descargas la app de Google Classroom en vez de entrar por web a ver si te deja pinchar el enlace?”. Eureka. Estamos dentro, aunque la mitad de los compañeros han acabado y están fuera.


El teletrabajo, en la mente de los políticos:
- Niños, por favor, silencio que los papis tenemos que teletrabajar.
- ¡Por supuesto!
- Muchas gracias por vuestra comprensión.
- No hay de qué. ¿Os preparamos un café mientras teletrabajáis, recogemos la casa, o hacemos la comida?



En buena hora. Hoy toca simulacro del examen de Tercero de la Comunidad de Madrid y la profe explica las instrucciones. Que digo yo que si se va a retrasar hasta la Selectividad, esto, que es una prueba orientativa, igual podría pasar a mejor vida. Pero no. La siguiente fase de la gincana es conseguir reproducir dos audios y contestar unas preguntas. “Venga, ponte mientras yo sigo trabajando”. Mientras, la mediana sigue con sus clases, y el silencio del mayor, de 12, encerrado en su cuarto, me empieza a retumbar más que si estuviera tronando.
Por supuesto, los audios no se reproducen, aunque repita la fase de trasteo, velas, consultas y novenas. Mi productividad en los dos frentes, el laboral y el maternal, es ridícula, y la niña se está aburriendo casi antes de empezar, lo que es peligroso. Postergo el problema. “Ponte con otras asignaturas, y cuando acabe lo intentamos en mi ordenador”. Vuelvo a mi trabajo oficial, pero con una parte del cerebro preocupada por si el mayor está consiguiendo seguir el ritmo infernal de tareas que le están poniendo sus profesores de 1º de la ESO o se ha dado a la molicie. Dos días lleva de telecolegio, y a las ocho de la tarde aún se tiene que dejar cosas para el día siguiente, con fichas desde Mates hasta Educación Física. Y sin airearse ni jugar ni socializar. Como dure mucho el encierro me sale con la oposición a notarías aprobada.
La pequeña vuelve al ataque. Ha terminado todo así que me toca parar para probar los audios en el portátil. Se puede. Edito un reportaje sobre teletrabajo con niños (debe ser el karma) a la vez que escucho un cuento sobre el Ratón Pérez. Termina, así que puede seguir sin mi ayuda. Pero cuando menos me lo espero, se atranca en una pregunta de la comprensión lectora. Lloriquea. Me crispo. Lloriquea más. Grito. Grita. Entramos en un “¡deja de llorar que no te entiendo! ¿A que a tu profe no le preguntas las dudas llorando?”; “¡es que mi profe sí me explica las cosas!”, para culminar con mi “¡es que yo no soy tu profe, yo trabajo en otra cosa!”. Ella se va llorando. Yo me quedo, con ganas de llorar.
Espero que se cumpla el dicho de Risto Mejide, y no la ley de Murphy, la de que todo lo que puede empeorar, empeora. Porque nos quedan aún muchos días de telecolegio, con la sensación de ser una profesora por poderes a la que sus propios hijos van a denunciar por intrusismo profesional.
P. D. Que nadie le enseñe esto a mi madre, que se preocupa.

Hasta la tarde.
Un abrazo, queridos mastuercillos.

Vuestro maestro.

Comentarios

  1. Diossss, ¡qué acertado!
    Esta es la lucha entrecfamiluas que pueden dedicar tiempo y aquellas que no pueden. Entre las que te demandan tareas y a las que les supone un mal añadido.
    Estoy contigo. Aprovechemos para hacer cosas que durante la jornada escolar ya quisiéramos.

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