El fruto de una movilidad y del tesón

Hoy tenemos un artículo totalmente distinto a lo que tenemos por costumbre. Nos escribe nuestro compañero David Salmerón, Jefe de Estudios adjunto del IES Sierra Mágina de Mancha Real desde hace ya algunos años, y profesor de Lengua y Literatura desde hace muchos más. 

David es escritor y productor de obras de teatro, muchas de ellas ganadoras de premios a nivel regional y nacional. Para poder disfrutar de su obra, talento y frutos, podéis visitar la página http://teatromagina.blogspot.com/

David, como muchos otros profesores, defiende el valor del Teatro en el desarrollo personal del alumnado, y por fin, podemos decir con la cabeza bien alta que en nuestro instituto se oferta esta asignatura.

Y todo ello, fruto de un proyecto ErasmusPlus KA101, entre otros factores.

Gracias, David, a true thespian.



PROCRASTINEN
por David Salmerón

Vísteme despacio que tengo prisa.
Dicho de otro modo: no corras, vamos a hacer las cosas bien.
Casi todos hemos crecido escuchando ese refrán. Pertenece a un tiempo pasado, un tiempo en el que quizás sabían hacer mejor las cosas que ahora, antes de que nadie usase siquiera la dichosa palabra "procrastinación", quizás porque nadie se planteaba siquiera que eso, el procrastinar, fuese un defecto. Era una época en la que todo el mundo, simplemente, hacía las cosas a otro ritmo, al ritmo que las propias cosas aconsejaban. Al ritmo necesario para hacer las cosas bien.

Alumnas del curso de Teatro. Foto de David Salmerón

Luego llegaron estos tiempos nuestros en los que los seres humanos, alentados por el competitivo capitalismo salvaje, comenzamos a dejar de ser seres humanos, ciudadanos si me apuran, para convertirnos en consumidores (en el mejor de los casos) o máquinas (en el peor). Máquinas cuya única razón de ser es el producir, el rendir, el generar bienes o beneficios (para otros, casi siempre). Máquinas cuyo peor pecado es eso de "procrastinar", es decir, dejar las cosas para mañana, para luego, para nunca incluso. No es casual que procrastinación, tan aguda, tan rotunda, suene a taco, a exabrupto, a blasfemia. Porque para los defensores del trabajo continuo y sin pausa, del rendimiento a toda costa, del triunfo que sólo se mide en número, la dichosa palabreja es un verdadero anatema. Ya se sabe: "no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy".
Venía a cuento esta farragosa introducción porque este artículo que ahora están leyendo debió haber sido escrito y publicado hace ya un par de años, si no más. Tenía que haber sido mi contribución a este magnífico blog que por entonces acababa de poner en marcha mi compañero y amigo don Manuel Molina para dar a conocer esa pequeña cosilla de nada, esa chaladura que entonces parecía aquello tan rato del Erasmus Plus. Pacté con Manuel que iba a escribir un artículo con mis opiniones sobre el teatro, aquí y allí, en Mancha Real y en Europa, y que iba a reflexionar sobre las virtudes, ya de sobra conocidas, que tiene el teatro cuando se introduce en la práctica educativa. En la práctica educativa cotidiana, más allá de la típica obrita navideña o veraniega hecha para salir del paso. Sí, eso iba a hacer. Un artículo sobre el teatro. En unos días te lo mando, Manuel.
Ay. Lo que el pobre Manuel no conocía era mi tendencia a procrastinar. De unos días pasé a unas semanas. De unas semanas a unos meses. Luego ya entramos en el terreno de los años. El curso que viene. Ya este curso seguro que seguro que seguro que sí. Don Manuel esperando. Y yo, procrastinando.

Alumnas del curso de Teatro. Foto de David Salmerón

Iba a ser un artículo muy crítico e incisivo, eso sí. Comenzaría haciendo un repaso a lo que ocurría a lo largo del planeta. Hablaría, por ejemplo, de Brasil, donde la Cámara de Diputados había aprobado instaurar el teatro y la danza como asignaturas obligatorias en la enseñanza básica. Decían que eran fundamentales para el desarrollo del individuo y la cohesión de la nación. Hablaría de Chile, donde se debatía una propuesta similar. Y de Alemania, concretamente de Hamburgo, si no recuerdo mal. Y de Finlandia, claro, cómo no. O, sin ir más lejos, del colegio El Clot, de Barcelona, donde llevaban años trabajando por proyectos y uno de ellos, en 2º de ESO, rezaba literalmente "montar una obra de teatro".




Pero, sobre todo, iba a hablar de Hungría, del Mádach Imre Gimnázium de Budapest. Porque precisamente Manuel había vuelto de una estancia de observación allí y lo que contaba (y publicaba) del centro me dejaba boquiabierto. Leía a los profesores húngaros hablando con naturalidad de que el teatro era parte central de su plan de estudios, y explicando como se convocaba un certamen de teatro anual para los alumnos del centro y cómo éstos preparaban por grupos diferentes obras, cómo el ganador accedía a representar su obra en un teatro nacional. Veía las fotografías, veía los vídeos y, no sé, una extraña sensación, entre la envidia y la nostalgia, me invadía. Y me preguntaba, como hacía Manuel reflexionando sobre las palabras de la profesora Simovits, qué estábamos haciendo con la creatividad de nuestros alumnos, por qué la sustituíamos por la estandarización y el fiasco. Y por qué, además, parecía no importarnos.

Alumnas del curso de Teatro. Foto de David Salmerón
Y claro, de ahí a los lamentos, sólo había un paso. Al final del artículo, me pondría a llorar. Me lamentaría en primer lugar de la ceguera histórica de nuestras autoridades educativas nacionales y autonómicas, que durante años han ninguneado la práctica teatral en las aulas hasta que, por fin, y casi como pidiendo disculpas, le reservaron un pequeñito hueco en la LOMCE para una asignatura de cuarto. Optativa, eso sí, porque imagínate que todos los alumnos la cursasen. Qué horror, podría ser que a alguno incluso le gustase. Quita, quita. Que hay que ser productivos. Sin procrastinar.
Y me quejaría también, last but non least, como diría en inglés Manuel, de lo mucho que al parecer costaba implantar la asignatura en nuestro propio centro. En un centro donde el grupo de teatro llevaba diez años funcionando, la cuenta de alumnos involucrados superaba los 100 y la cuenta de premios iba ya por encima de la veintena... Si ni en un centro como éste, diría, era posible impartir una asignatura de teatro, no quería ni pensar cómo estaría el panorama por otros institutos, qué erial serían las artes escénicas en cualquier otro centro "normal".

En fin, lo tenía todo pensado. Iba a quedar magnífico. Pero ocurrió que todo eso (Brasil, Hamburgo, el Clot, Hungría, mis quejas) se quedó en el limbo. No escribí nada.

Procrastiné, vamos.
Suena mal, lo sé. Pero recuerden lo que explicaba al principio: procrastinar no es "per se" algo malo. Hay quien dice que retrasar las cosas sin aparente motivo es uno de los modos que tiene nuestro cerebro para avisarnos de que en realidad aún no es el momento. Que debemos preguntarnos por qué eludimos lo que se supone que hemos de hacer. A ver si lo que sucede es que para empezar no tenemos claro por qué hacemos lo que hacemos. Y a veces, mientras reflexionamos, las cosas, aunque parezca imposible, cambian.


Alumnas del curso de Teatro. Foto de David Salmerón
Si ahora escribiese ese artículo el tono sería (lo es, de hecho) otro muy distinto. Menos mal. En los años transcurridos las cosas, ni que sea poco a poco, han empezado a cambiar. En nuestro centro, ¡por fin!, impartimos la asignatura de Artes Escénicas. Sí, esa pequeña optativa que preveía la LOMCE. Varios estudiantes ya están experimentando que en las aulas, en el ritmo implacable del horario escolar, hay tiempo para el teatro. Hay tiempo, entre la exigencia de rendimiento y productividad, para la creatividad, para la espontaneidad, para el arte. Aún estamos lejos de Alemania, de Finlandia, de Hungría, pero estamos en el camino. Quizás pronto sean otros centros los que citen, en ese listado selecto, a nuestro centro, al IES Sierra Mágina, como un lugar donde la creación artística se abre paso en las aulas. Quizás pronto serán otros los profesores europeos que, visitándonos, se admiren y, de vuelta en sus centros, escriban, cuenten y publiquen que aquí, en Mancha Real, el teatro es parte central del currículo. Porque, al fin y al cabo, de eso se trata. De eso va el programa Erasmus Plus. Nosotros aprendemos de otros, y otros aprenden de nosotros.
Voy a acabar con la misma idea que he repetido desde el principio. Procrastinar no es malo. Es recomendable, incluso. Lo que hace unos años se veía con desesperanza tiene ahora una pinta distinta. Hice bien en esperar para dar mi opinión. Hice bien en darme tiempo para tener las cosas claras. Y acerté. Así que, en serio, procrastinen. Me dirijo a vosotros, los alumnos. Y a ustedes, sus familias. Tómense su tiempo. No tenemos prisa. No somos máquinas de producir a destajo y sometidos al crono. Nuestro objetivo en la vida no es producir beneficios, ni frutos, ni notas, ni títulos. Nuestro objetivo en la vida es otro: es desarrollarnos como personas, explorar nuestras posibilidades, cultivar nuestros talentos, descubrir quiénes somos de verdad, y qué queremos y esperamos de la vida. A lo mejor descubrimos que nuestro camino vital es el arte, la creatividad, el talento. O no. Pero no podremos saberlo si seguimos sometidos a la presión del tiempo, del reloj, de la prisa, del ahora o nunca, del no hay tiempo que perder. Es mejor parar. Sólo un poco. No pasará nada.


Alumnos del Mádach Imre Gimnánium de Budapest. Foto de Manuel Molina

Necesitamos una pausa. Necesitemos procrastinar. Vestirnos despacio, que hay prisa.
Y quizás, mientras tanto, hacer teatro. Por probar.

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