Seguimos recogiendo los frutos del intercambio que el mes pasado tuvimos en nuestro instituto, estando ya tan próxima la vista a Inglaterra.
Es el turno ahora de una familia completa, la familia Membrive Padilla, quienes han alojado en su hogar a una de las alumnas de Bachillerato, Marcela, durante una semana agotadora para ellos a la vez que emocionante. Todos los esfuerzos, a su parecer, han merecido la pena.
Gracias por vuestra colaboración.
'Domingo por la noche. Toda la familia montada
en el coche cerca de la puerta del Instituto, en una gélida noche de enero,
como nosotros otras muchas familias no se atrevían a salir del coche por el
frío. Los nervios y la emoción flotaban
en el aire, todos estábamos muy contentos después de esperar con impaciencia la
llegada de los “ingleses” pues el momento había llegado, ya estaban aquí.
Los dias anteriores fueron de preparativos,
los cambios en la intendencia de la casa eran evidentes, pero todos tenían un
fin, hacer la estancia lo más agradable posible y que se sintiera como en su casa.
Familia Membrive Padilla y su invitada inglesa, Marcela |
Faltaba poco, pero no llegaban todavía, los
nervios afloraban, unos decían: “se habran retrasado..”. Otros justificaban la
tardanza: “es que vienen desde el aeropuerto de Málaga y claro, está lejos...”. Pero al final vimos llegar al microbus que los traía. Poco a poco fuimos
rodeando el vehículo, padres, madres, hijos y familiares con una gran
expectación, intentando adivinar entre los estudiantes y maestros visibles tras
los cristales del microbús dónde estaría nuestra “inglesa”.
Empezaron a bajar y los fueron nombrando. Cuando pronunciaron su nombre, mi hija Maria José, más emocionada que nunca, corrió a darle un abrazo; fue espontáneo y cordial. Quizás no se lo esperaba,
pero Marcela, que es como se llama, tuvo una primera impresión cálida, como el
país que la acogió. Seguidamente, tanto su hermana Marta como nosotros, la
saludamos con los dos besos tan habituales en España y otros países
mediterraneos, pero que chocan un poco con las costumbres del Norte más
formales, aunque Marcela supo aguantar el tipo muy bien, adaptándose perfectamente, desvaneciendose cualquier temor para dar paso a otra mirada, la
del viajero que aprende de sus viajes y no sólo observa el paisaje para capturarlo
en una cámara de fotos como hace el turista, quizás fue esa una primera lección.
La
semana pasó muy rápida. La vimos poco, a la hora de comer y al anochecer, pues
las actividades le ocupaban toda la jornada, pero me consta que se lo pasaron muy
bien en las distintas salidas y excursiones.
Fue un grata experiencia el compartir nuestras
vivencias cotidianas con una joven alegre y confiada que sentía una gran
curiosidad por todo lo que le rodeaba,
abriéndole una ventana al mundo
donde poder intercambiar las pocas palabras que entendía y pronunciaba en
español, pero que eran suficientes para comunicarnos.
Por otro lado, que la lengua sirve como instrumento para
la vida real y cotidiana es un hecho que quedó plenamente contrastado, ya que el idioma de Shakespeare inundó todos los rincones de
la casa y su sonido se escuchaba mezclado con las risas y complicidades de las
dos chicas, que hablaban sin parar, como si de un idioma particular y secreto
se tratara, pues nosotros lo escuchabamos sin comprender bien su significado,
pero era muy agradable verlas disfrutar juntas.
La despedida fue triste, porque nos habiamos
acostumbrado a tenerla cerca. Después de los buenos ratos que habíamos pasado juntos, al montarse en el
autobús que las llevaría junto a sus compañeros de vuelta, ya la echábamos un poco de menos, pero contentos por las
vivencias que habíamos tenido y de que ella guardara un buen recuerdo de su
estancia, de sus nuevos amigos españoles y en especial de sus profesores, por
el gran esfuerzo que han realizado para que salga todo tan bien.'
Familia Membrive Padilla.
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