Cristina García: por qué recomiendo participar en un proyecto Erasmus+

Sólo hizo falta ver la energía que irradiaban aquel día Manuel Molina, María José Catena y José Marcos Resola cuando empezaron a hablar de la posibilidad de solicitar un Proyecto Erasmus. Para ellos no era una posibilidad; para ellos era un impulso muy fuerte que pronto transmitieron a un buen puñado de compañeros. Siempre he pensado que lo que realmente hace a una persona trabajar de buen grado es ver cómo los que le guían trabajan con ahínco. Y así fue como se las apañaron para meternos a nosotros, a este grupo Erasmus +, en esta aventura cargada de sorpresas y de aire fresco.  

Lo que al principio fue una sensación de incertidumbre, de no saber qué, ni cómo, ni cuándo, se fue perfilando progresivamente cuando nuestros embajadores, con Manolo y María José a la cabeza, empezaron a darle forma de ilusión a pesar de las ingentes cantidades de trabajo a las que se enfrentaron. Cogieron la bandera y rompieron el hielo. María José y nuestro director, Ernesto Medina, fueron los primeros en armarse de valor y energía y volar a Inglaterra en busca de respuestas, de perspectivas, de ideas, de proyectos...a los que Manuel Molina dió el relevo (literalmente) en su “job shadowing” en Hungría. También él vino cargado de planteamientos y propuestas, eso sí, con energía suficiente para seguir organizando, poniendo, quitando, llevando, trayendo, haciendo y deshaciendo hasta que toda la comunidad educativa se enteró de qué era aquello del Erasmus + y por qué es por lo que se trabajaba.


Llegó el verano, y Manuel Ortega voló a tierras italianas hasta Florencia, donde llevó a cabo su curso de formación en la Academia Europass. Sigo teniendo mi opinión de que Manuel sabía acerca de “aparatitos”, audiovisuales y creación y edición de videos más que el propio profesor de Europass. Pero lo que él no sabía es que iba a ser capaz de desenvolverse con total soltura una semana en inglés, ni que su mente se iba a abrir 360 grados no, mucho, mucho más, mezclándose con las distintas nacionalidades y propuestas que sus compañeros de curso le brindaron. Y yo seguí sus pasos, sólo que lo mío no es la tecnología ni los ordenadores, ni la edición de vídeos. Lo mío era la inteligencia emocional y, como ya os comenté, habrían sido necesarias mil maletas para poder traerme todo cuanto aprendí aquellos días. Empiezo a notarlo en mis alumnos y compruebo cada día que ellos también lo empiezan a notar.


Después de nosotros, Carmen Guzmán y José Marcos Resola dieron el salto y les hicieron otra visita a nuestros amigos del Lytchett Minster School (sí, amigos, después de sus visitas a final de curso  y las nuestras...amigos, claro que sí). Inauguraron así el inicio de curso y también trajeron ese semblante que todos traemos, ese aire fresco en la cara, esas ganas de ponerse manos a la obra. Maria José Catena también lo trajo de Hungría, del Màrach Imre Gimnázium hace no mucho. Ella viajó sola esta vez y se impregnó del amor por los idiomas que allí profesan y por el teatro. Y de Buda. Y de Pest.

Y todo esto que traemos, no nos lo quedamos. Lo regalamos a quien lo quiera. Se lo contamos y lo mostramos. Poco a poco lo experimentamos y nos atrevemos a ponemos a prueba. Creamos el sentimiento de unidad, de trabajo en equipo. Todos empezamos a sentirlo.















¿Que si recomendaría a mis compañeros iniciar un proyecto europeo? ¿Hace falta que conteste con “sí” o “no”? No creo que haga falta, ¿eh?


Cristina García Torres.

Comentarios